El amor, el más sublime y a la vez complejo sentimiento humano, se cultiva al igual que todos los demás: el entusiasmo, la esperanza, la generosidad (entre los positivos); la envidia, el egoísmo, la intriga, la angustia, (entre los negativos). Cualquiera que sea la época histórica, la vida ha demostrado que los más nobles sentimientos del hombre han trascendido y doblegado a los más funestos.
Todavía muchos dudan que los buenos sentimientos no nazcan con cada persona, sino que se van educando desde la cuna y son los padres y la familia los primeros educadores de los hijos.
Los mensajes que a menudo difunden los medios masivos aseguran que la facultad de sentir y comprender lo bello no llega por sí sola, hay que desarrollarla desde la infancia y cuanto antes mejor. Por supuesto debe iniciarse en el seno familiar.
Precisamente una de las sendas más efectivas de formar seres humanos con elevada espiritualidad es la de las diversas manifestaciones artísticas. Muchos entendidos en la materia aseguran que el arte es una escuela de sentimientos, pues ella además de satisfacer necesidades estimula la práctica de actos nobles.
Acompañar o motivar a los más jóvenes a apreciar una lograda obra teatral, a disfrutar una excelente exposición plástica o un espectáculo musical, a ver una interesante película… animan y a la vez engrandecen a quienes escogen esas opciones en su cotidianidad.
El descubrimiento de los tesoros de la madre naturaleza también contribuye a guiar a niños y adolescentes hacia el camino de los nobles sentimientos, el cual los conduce a fundar cosas admirables en el paso por la vida.
Pero otra inapreciable vía para la educación de los sentimientos en las más jóvenes generaciones es el ejemplo cotidiano de los adultos; reza un proverbio que la palabra enseña pero el ejemplo atrae. Nada gana la familia diciendo a los niños y adolescentes constantemente que se debe compartir lo que se tiene, sacrificarse para lograr los propósitos, si en la convivencia le demuestran todo lo contrario: sentimientos de egoísmo y envidia hacia otros, por solo citar dos situaciones.
Muchas veces los adultos actúan de modo incorrecto y a la vez quieren imponer a los hijos buenas conductas, para lo cual en el peor de los casos emplean la violencia física o psicológica.
Nada tan reprobable como esto. José Martí lo aseguró en uno de sus apuntes y bien pueden aplicarse sus palabras al tema en cuestión:
“Yo no aseveraría que, en caso de necesidad de empleo de fuerza, los móviles morales- voluntad, dignidad, orgullo patrio, educación- son superiores a los medios materiales- fuerza, costumbre, musculatura, si no fuese de esta verdad ejemplo vivo”.
Es fundamental escoger eficientes métodos cuando de inculcar valores se trata. En este sentido familia, escuela y sociedad deben fomentar un vínculo que facilite tal propósito.
Una investigación realizada en una de las principales universidades cubanas, la de Santiago de Cuba, asevera que la formación de los sentimientos humanos internos, los intereses y las motivaciones transcurre de forma distinta a la empleada en la asimilación de informaciones, reglas y costumbres. Por ejemplo, se puede explicar al alumno reglas aritméticas y gramaticales, presentar ejemplos y plantear las tareas correspondientes y como resultado se asimilan estas reglas. Otro ejemplo, puede convencerse al educando de que se lave las manos antes de las comidas y mediante la repetición, consolidar la costumbre.
“Pero no se puede dar una charla sobre la honestidad, la bondad o la sensibilidad y proponer después determinadas ‘tareas’ con la esperanza de formar así estos valores. Por este camino, lo más probable es que formemos a un hipócrita. Un programa de estudio político podemos dividirlo en temas, clases y actividades, pero lo que no podemos estructurar en esta forma es un programa de formación de valores”.
Por Esperanza Soler Cruz
Tomado de www.cubasi.cu